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Carlos Cruz-Diez. foto: ULY MARTÍN/el país.

"En mi país los problemas nunca han sido económicos sino culturales"

Carlos Cruz-Diez, pintor venezolano, creador del ‘Op-Art’, no solo reflexiona sobre el arte actual y su decadencia sino también sobre la situación que atraviesa su país.

Publicado: 2014-02-24

Por Miguel Ángel García Vega. El País (España). “Ed è subito sera”. “Y de repente, la noche”. La oscuridad. Lo negro. El verso del poeta y Nobel italiano Salvatore Quasimodo atraviesa como un rayo de luz la conversación con Carlos Cruz-Diez (Caracas, Venezuela, 1923), un mago del color. Presencia central de la historia del arte del siglo XX, fue uno de los creadores del Op Art allá por los años sesenta. Consiguió que su trabajo tuviera visibilidad cuando los grandes muralistas mexicanos, como Diego Rivera, lo ocupaban todo y no se entendía un arte que no fuera social. A contra corriente persiguió la raya, el color, lo lúdico; la luz frente al negro. El gozo de vivir. Durante un cierto tiempo algo postergado, coleccionistas imprescindibles, como Patricia Phelps de Cisneros, reivindicaron su trabajo, y lo óptico ganó una segunda vida. Ahora tiene 90 años y sabe que el barquero aguarda para cruzar la laguna. Da igual. Activo, afable y muy lúcido (cita la teoría de cuerdas en la entrevista) no cesa de hacerse fotos, saludar, firmar catálogos. Todos le llaman “maestro”. Sonríe agradecido y mira, con coquetería, a una mujer que le tiende un catálogo. “Maestro, ¿le importaría?” “Claro”, responde agradecido. Estamos en ARCO. 

Pregunta. ¿Qué hace aquí? Una feria no es un lugar para un artista.

Respuesta. Cierto, es el sitio para encontrar a los amigos. Un lugar para ver qué se está haciendo últimamente. Lo curioso es que las ferias las inventaron los vendedores de arte y ahí no tenían cabida los artistas. Maastricht, Basel, París… eran para los galeristas. Poco a poco fueron llegando coleccionistas y después los creadores. Hoy en día es un encuentro de todos; algo muy positivo.

P. Pero ahora parece que, desgraciadamente, el dinero inunda el arte.

R. No solo inunda el arte sino todo. Nunca ha habido tanto dinero flotando en el planeta, lo que no significa que las desigualdades sociales se hayan resuelto. Hay mucho dinero y uno de sus refugios es el arte. Siempre ha sido así. Al haber una enorme demanda surge mucha mercancía. Mercancía que no es arte sino mercancía. Felizmente, la historia se encarga de eliminarla. Porque el gran enemigo del artista es el tiempo. Permanecer. Es lo difícil. 

P. Pero el tiempo se le agota. ¿Cómo es su relación con la muerte?

R. Por supuesto que pienso en la muerte y estoy acelerando el paso, porque creo que todavía tengo muchas cosas que decir.

P. Permítame una mala pregunta. ¿A Venezuela qué color le pone estos días?

R. Estoy muy angustiado. Hay un tránsito en Venezuela del cual no sabemos qué puede suceder. Espero que la inteligencia gane la partida. Es una situación que se esperaba. En mi país los problemas nunca han sido económicos sino culturales. Al venezolano no se le ha enseñado a pensar. Actúa por las tripas. Es lo que nos ha llevado a grandes problemas.

P. ¿Se ha dado cuenta de que le preguntan más por política que por arte?

R. Sí. Pero no soy político. Nunca he querido hacer política. Aunque nos concierne a todos. Cuando salí de la Escuela de Artes me planteé qué debe ser un artista. ¿Es un reportero que cuenta lo que ven sus ojos? Y empecé a hacer pintura de denuncia. Creía que diciendo que la gente era pobre esa situación podría cambiar. Con el tiempo vi que no tenía ningún efecto. Supe que era más generoso hacerle partícipe del placer que sentía en la pintura que decirle: “Tú eres pobre”. Porque no iba a ser capaz de cambiar su situación.

P. ¿Practica alguna ideología? 

R. Tengo una gran desconfianza en las ideas y en las religiones. Ambas están sustentadas por millones de cadáveres. Un artista nunca tiene que matar al otro ni atropellarlo para hacerse oír.

P. ¿Por qué hay precisamente ahora esta explosión del arte latinoamericano? ¿Sospecha de algún interés económico?

R. Una idea muy interesante… Es digno de estudio. En los años cincuenta y sesenta hubo un movimiento de ruptura. Se buscaba nuevas soluciones al arte porque se había quedado estancado en la academia del formalismo y la figuración. Es curioso que el movimiento de fractura surgiera de los países sin gran historia: Argentina, Uruguay, Brasil y Venezuela. Al otro lado estaban México, Colombia, Ecuador o Perú, que son territorios de grandes artistas pero con un espíritu de continuidad. Ahora son las naciones donde surgió la brecha las que han tenido ese eco mundial.

P. Con lo que caía sobre Latinoamérica aquellos años, ¿por qué arraigó lo óptico en vez de lo social y político?

R. Porque lo político es circunstancial y la reflexión del arte no lo es. Es la reflexión del hombre y la humanidad, que es permanente.

P. ¿Cómo llega a su lenguaje?

R. Me costó años de dudas, fracasos y lecturas. El color no contaba nada para los filósofos, era una anécdota banal. Lo importante en la pintura era el tema, la perspectiva y el dibujo. Descubrí que no era así. Felizmente, nunca nada está agotado. Se lo digo a los jóvenes. Estamos en un momento maravilloso de reinventarlo todo. Nos hallamos al final de un ciclo que comenzó en el siglo XVII. Hemos cumplido todos los discursos económicos, políticos y filosóficos. Hay una nueva ciencia, que ya no son las nociones del espacio tiempo de Einstein, es la teoría de cuerdas [11 dimensiones y universos paralelos]. Una fuente nueva de invención para los artistas. 

P. Pinta aceras, estadios de béisbol… lugares poco artísticos.

R. Me molestaba mucho la noción que la gente tenía del arte como un objeto colgado de un clavo en la pared. No es así. El arte puede ser cualquier cosa que la inteligencia y la sensibilidad del hombre puedan convertir en arte. Entonces, ¿por qué no ir a la calle? Es donde más tiempo pasamos. La calle no nos proporciona nada, llegamos a casa totalmente vacíos. La calle solo genera agresión.

P. ¿Cuál es su relación con el arte actual?

R. Estamos viendo el fin de una civilización y el comienzo de otra. Los últimos años son el ocaso de la academia de Duchamp. En el arte hay tres etapas: quien lo inventa, quien desarrolla las ideas del inventor y quien las pervierte. Ahora vivimos la perversión, pero es normal. Toda perversión y decadencia es sinónimo de progreso. Se están preparando cosas maravillosas que ni sospechamos.


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